Entrevista de Omar SalasGalia Ackerman, comisaria de la exposición "Érase una vez Chernobil", en el CCCB ¿Se ha explicado bien Chernobil? Diría que no. Se han hecho muchos reportajes, pero creo que es justamente ese día, el 20.º aniversario, lo que marca la primera tentativa de explicar, de forma sencilla pero muy completa, lo que sucedió. La gente debería tener derecho a saber qué es lo que se sabe, lo que no, cuáles son las hipótesis, y no lanzarse a batallas de cifras sin sentido. Intentar entender este fenómeno desde un punto de vista profundo. Y la profundidad no supone el número de víctimas en sí, porque es cierto que es bastante difícil establecer si una persona muerta de cáncer debe ese cáncer a Chernobil o no.
Lo que queremos hacer entender con esta muestra es el inmenso alcance y la naturaleza inédita de este accidente. Porque fue un accidente irreparable por primera vez en la historia de la humanidad: pueblos que no podrán volver a habitarse nunca más, los ocho o nueve millones de habitantes de los territorios contaminados (lo que denomino "Chernobilandia") tendrán posiblemente muchas patologías de salud, muchos niños mueren prematuramente... Digamos que Chernobil es una terrible tragedia humana y natural.
¿Hacen algo los gobiernos actuales de la zona ? Sí. En los años 1991 y 1992, los tres países procedentes de la antigua Unión Soviética, Ucrania, Bielorrusia y Rusia, adoptaron leyes que, a diferencia de la época soviética, permitían establecer la relación entre algunas patologías de la salud y la catástrofe de Chernobil. Surgió la noción de "inválido de Chernobil". Estas personas han recibido una compensación que intentaba asegurarles una mejor alimentación, a base de comprar productos y no tener la necesidad de alimentarse de lo que produce directamente la tierra, que está contaminada. Bielorrusia, el país más afectado, destina el 20% de su presupuesto nacional a ayudar a las víctimas. No obstante, las consecuencias van mucho más allá de las posibilidades reales de estos países. El tiempo pasa, se considera que no pueden dedicarse constantemente partidas millonarias del presupuesto nacional, y las asignaciones y ayudas se reducen cada vez más.
Las informaciones sobre el accidente son contradictorias. Tan pronto se habla de error humano como de error de diseño del reactor.No sabremos nunca qué es lo que causó el accidente, porque cada accidente es un acontecimiento único y no podemos reproducirlo. Ahora bien, las conclusiones de los expertos independientes son que hubo diversos factores convergentes, cuya posibilidad de producirse al mismo tiempo era una sobre un millón, pero que crearon conjuntamente las condiciones para que se produjera la explosión. Por un lado, el tipo de reactor, el RBMK, o reactor de canales de alta potencia, una invención típicamente soviética que solo se ha utilizado en centrales soviéticas, y no en todas.
Estos reactores, de construcción muy sencilla, pueden, bajo algunas condiciones, pasar a ser inestables. Además, es posible que el experimento que se realizó aquella noche en la central produjera esas condiciones de inestabilidad. Por otro lado está la reacción del personal de la central. Fueron acusados de negligencia.
Sin embargo, cabe decir que no estaban nada preparados para la eventualidad de un accidente. Perdieron unos treinta segundos porque no sabían qué hacer cuando el reactor empezó a comportarse de modo anómalo. A ello se suma que, posteriormente, encuestas independientes establecieron que algunas instrucciones de seguridad, que se acusó a los miembros del personal de no respetar, fueron adoptadas a posteriori porque la seguridad nunca había sido una prioridad.
¿Qué pasó el 11 de octubre de 1991 en Chernobil? Una explosión en la sala de máquinas, junto al segundo reactor. En este caso, teóricamente, habrían podido reunirse las condiciones para una explosión del mismo reactor, pero el personal entonces reaccionó rapidísimamente y cerró el reactor. Fue una explosión muy potente, debido probablemente a un cortocircuito. Y este reactor fue detenido y fue utilizado.Pero, pese a todo, la central siguió trabajando hasta el año 2000.Sí. Se reanudó la actividad, porque ese era el eslogan proclamado: era necesario volver a poner en funcionamiento la central lo antes posible.
Se volvieron a poner en funcionamiento los reactores 1 y 2 el mismo año de la catástrofe. El reactor 3 estaba separado del 4 (el que explotó) solo por un tabique. En cuanto fue finalizado el sarcófago y a pesar del nivel elevadísimo de radiación, ambos reactores fueron separados por un muro de protección, se cortaron las comunicaciones y, en otoño de 1987, el número 3 volvió a funcionar. Y extrañamente, fue el último reactor cuya actividad se detuvo, a finales del año 2000. El segundo se detuvo en 1991 y el primero poco tiempo después, porque eran los más antiguos, los menos perfeccionados.
Existe una zona prohibida, en torno a la central, donde todavía sigue viviendo gente.
¿Son controlados de algún modo? Existen unos cuantos centenares de personas que volvieron a esa zona, muy rápidamente por cierto, y que no quisieron ser evacuados con subterfugios. Durante unos años vivieron en una autarquía total. Pero son en su mayoría personas muy mayores. Y la radiación es muy selectiva. Está claro que actúa siempre mucho más sobre los jóvenes y sobre los niños que sobre las personas mayores.
El metabolismo de las personas mayores es mucho más lento. Además, la contaminación está distribuida de manera muy desigual en torno a la central. Hacia el nordeste, en dirección a Bielorrusia, la zona está extremamente contaminada, pero existen lugares en esa zona prohibida, con un total de 2.500 kilómetros cuadrados, donde la contaminación no es mayor que en pueblos de zonas no prohibidas. En Chernobil, que actualmente es la capital de la zona prohibida, donde está la Administración, los laboratorios científicos y gente que trabaja en la zona de forma intermitente, la radiactividad no es demasiado elevada.
Lo importante es que la gente no consuma los productos locales. En cambio, las personas que viven en las zonas contaminadas de evacuación obligatoria y de evacuación voluntaria están menos controladas, consumen alimentos de su huerto, y le aseguro que aquellos que consumen cada día alimentos contaminados tienen un peligro mayor que el personal de la central de Chernobil. Es una paradoja, pero es así.
Ha habido iniciativas turísticas para realizar rutas por la zona. ¿No es banalizar la tragedia?Ahora es el Ministerio de las Situaciones de Urgencia quien gestiona la región de Chernobil. Antes, la central producía electricidad; ahora no produce nada, y siempre hay un centenar de personas trabajando en ella. Solo es un gasto. La idea es generar algo de beneficio que alimente su presupuesto.
Pero estas tentativas han fallado completamente. Le daré las cifras del año pasado: un total de 3.500 personas visitaron la zona prohibida, y la mayor parte eran periodistas, científicos extranjeros o delegaciones oficiales. En cuanto a los turistas, un par de agencias han propuesto rutas, pero cuando a la gente se le propone ir a Chernobil, retrocede.
¿De dónde surge este interés por Chernobil? Es un poco el fruto de las circunstancias. Cuando se produjo el accidente yo estaba en Francia con mis hijas. Trabajaba de traductora y, en el año 1988, traduje Voces de Chernobil, de Svetlana Alexievitx (publicada aquí por Siglo XXI), una recopilación de testimonios muy impactantes sobre lo que pasó. También conocí algunas personas en Francia que se ocupan de este problema. Realicé entrevistas y escribí artículos y un reportaje. De aquí nació un interés que se convirtió en constante. También contribuí a la creación de una asociación para los niños de Chernobil y Bielorrusia, y después conocí a Bashkim Sehu, que me animó a montar una exposición en el CCCB, un trabajo que exigió mucha investigación, mucho trabajo de campo. Para clarificar mis propias ideas sobre la denominada batalla de Chernobil, escribí un libro, publicado recientemente en Francia, y también participé en otros dos: Les silences de Tchernobyl, codirigido por Frédérick Lemarchand, y Chernobil. Confesiones de un reportero, de Igor Kostin. Y me gustaría continuar, porque es un tema duro pero fascinante. Es todo un mundo, un pequeño universo muy especial, Chernobil.