La historia de este grupo de inmigrantes comenzó el 26 de abril de 1986 a miles de kilómetros de la Argentina. Una prueba para aumentar la seguridad en un reactor nuclear en la lejana Chernobyl, por aquel entonces territorio perteneciente a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cambió la vida de muchas personas de manera intempestiva.
Lyudmila Panasetska tenía 24 años y vivía en Pripyat, un pueblo ubicado a menos de diez kilómetros de la estación atómica. Ella estaba embarazada de su primera hija y su esposo trabajaba en la línea de ferrocarriles que llegaba hasta la planta nuclear. "Yo no sabía que vivíamos en un zona peligrosa. El día del accidente no nos enteramos de nada, supimos lo grave que era cuando el esposo de una vecina, que era bastante joven, llegó de un día para otro con el cabello completamente blanco, muy enfermo y a los pocos días murió", recuerda Lyudmila.
No hubo una comunicación oficial por parte del Estado acerca del accidente en la planta atómica. Al día siguiente del suceso, la vida en el pequeño pueblo continúo como siempre. Al llegar la noche, un empleado de la empresa de ferrocarriles les avisaba que junten sus pertenencias para salir del pueblo por un lapso de tres días. "La gente cubría a los niños con sábanas porque ya sabían que era peligroso. Por medio de una radio alemana nos enteramos lo que había pasado", señala Lyudmila
La incertidumbre de no saber que era lo que realmente pasaba aumentaba con el paso de los días. Recuerdan que el 1° de Mayo, día del trabajador, la gente salía a celebrar como todos los años pero las secuelas del desastre nuclear se veían en vecinos, familiares y amigos. "Mi hermano era miembro de la marina rusa. El día que sucedió el accidente se lo llevaron como chofer de uno de los camiones que entraban a la central para las labores de limpieza. La radiación era tan fuerte que tenía que cambiar el vehículo cada doce horas", recuerda María Shubra, ingeniera de transporte civil.
El hermano de María tenía 37 años y tres meses después del accidente también tenía el cabello blanco y empezó a enfermarse. Vivía con su esposa y sus dos hijas; su mujer era médica y también ingreso a la central nuclear. El logró sobrevivir dos años más y falleció. María recuerda que cuando le entregaron el cuerpo para sepultarlo, sus huesos casi no existían. "No podíamos colocarle la ropa al cuerpo, parecía un trapo. Cuando tocamos la cabeza, los huesos se hundían. Su esposa murió luego de dos años" relata María Shubra en un español que deja traslucir su lengua natal.
Con el pasó del tiempo se enteraron que el accidente no solo afectó a las poblaciones cercanas a la central, sino a todo el país. Cinco millones de ucranianos huyeron de su país y 15.000 de ellos eligieron a la Argentina como lugar de destino. "No podíamos ir a ningún país, nadie nos quería recibir de manera legal. El único país que no puso restricciones en recibirnos fue este. Estoy muy agradecido con el pueblo argentino, nos trata muy bien" señala Lesia Paliuk presidenta de Oranta, que es la Asociación Civil de Migrantes y Refugiados de Europa Oriental.
En la embajada Argentina en Ucrania las autoridades prometieron lo que no se cumplió. Muchas de las personas que eligieron venir vivir acá cuentan con estudios superiores. Economistas, ingenieros, médicos, profesores de música y otras especialidades son los que se vieron imposibilitados de ejercer su profesión en este país. El tema de las equivalencias por parte de las autoridades locales es lo que les impide acceder a un mejor trabajo. "Yo soy ingeniera hace más de 20 años y en el año 1996 fui a la UBA a ver el tema de equivalencias con mis dos diplomas traducidos oficialmente. En la universidad me dijeron que no servían y que tenía que ir al secundario. Me puse a llorar al regresar a casa", recuerda María Shubra.
Muchos traen a la memoria su primer día en el país. La mayoría de ellos no sabía el idioma. "Recuerdo que llegué a Ezeiza y no podía comunicarme con nadie. Por suerte había un armenio que hablaba ruso y me ayudo a tomar un taxi y así vine a capital", cuenta Lyudmila.
A mediados de los noventa cuando se produjo esta llegada de inmigrantes ucranianos el pasaje costaba mil dólares, en la actualidad un pasaje a Kiev, capital de Ucrania cuesta dos mil dólares. Lejos de añorar el regreso a su tierra, ninguno de ellos quiere regresar a su país. Hasta el día de hoy en Ucrania se convive con la radiación.
Un sarcófago gigante. La central nuclear de Chernobyl tiene cuatro reactores. El estado ruso, que por ese entonces gobernaba esos territorios, informó a la comunidad mundial que el reactor que había originado el accidente había sido cubierto por una estructura de hormigón para contener la radioactividad por un lapso de 30 años, sin embargo este sarcófago, como es llamado, tiene grandes griegas por donde continua saliendo la radiación. "El accidente ocurrió en uno de los reactores y fue el único que lo cubrieron con hormigón, los tres restantes están abiertos. El agua que se utiliza para enfriar los reactores, es la misma que va al río Pripyat y este luego va a un río más grande que al final de su recorrido desemboca en el Mar Negro", señala María Shubra.
Muchos de ellos tienen una pensión de jubilación en su país. Por treinta años de trabajo al estado un trabajador percibe 70 dólares mensuales, siendo esta una de estas una de las sumas más altas.
En los pueblos cercanos a la planta los pobladores tienen una economía de auto supervivencia. Plantan papas, cebollas y crían algunos animales. Todos ellos saben que lo que plantan y lo que crían contienen radiación.
Vladimir Enkov tiene 62 años y es médico. Su esposa, Valentina Krasnowutskaya, tiene 61 años y es profesora de violín; ambos llegaron como todos a través de la embajada de la Argentina en Ucrania. "Luchamos por nuestra vida y solo pedimos atención médica. Nosotros no podemos esperar mucho porque la radiación nos hace más débiles y somos vulnerables a las enfermedades", señala Vladimir.
Según la organización el embajador de Ucrania en la Argentina no atiende los requerimientos de la comunidad en la Argentina. "Hay gente que aún sigue viviendo cerca de la central nuclear. ¿Por qué se vinieron a la Argentina", es la respuesta que reciben de las autoridades de su país.
La mayoría de ellos se dedican a diversas labores no relacionadas a sus estudios superiores. Costureras, personal de limpieza, empleadas del hogar, obreros en fábricas son algunos de los trabajos que realizan en el país. "El trabajo en negro es un tema que también nos afectan" señala Olga Kyrylova, programadora.
"Hay toda una generación perdida. Hay muchos chicos de 12 años, hijos de amigas, que mueren de infartos. Todos los chicos están enfermos y nacen con algún tipo de problema" señala Olga.
"Yo sabía que las plantas nucleares son peligrosas, como todas en cualquier parte del mundo, aún sin accidentes de por medio. A nadie le conviene divulgar los riesgos de las centrales atómicas porque tendrían que cerrar a todas las que existen en el mundo" finaliza María Shubra.
Ellos solo piden que se cumplan los convenios de convalidación de títulos, dos chequeos medios al año y en el mejor de los casos algún terreno donde puedan edificar algunas casas para las personas mayores de su comunidad que al igual que todos ellos, escaparon de lo que es una muerte segura.
"Entre nosotros mismos podríamos hacer los chequeos de salud porque en esta migración vinieron mucho médicos, necesitamos instrumentos. De esta forma se podría generan trabajo y ayudaríamos a muchas personas" finaliza Lesia Paliuk.
Lyudmila Panasetska tenía 24 años y vivía en Pripyat, un pueblo ubicado a menos de diez kilómetros de la estación atómica. Ella estaba embarazada de su primera hija y su esposo trabajaba en la línea de ferrocarriles que llegaba hasta la planta nuclear. "Yo no sabía que vivíamos en un zona peligrosa. El día del accidente no nos enteramos de nada, supimos lo grave que era cuando el esposo de una vecina, que era bastante joven, llegó de un día para otro con el cabello completamente blanco, muy enfermo y a los pocos días murió", recuerda Lyudmila.
No hubo una comunicación oficial por parte del Estado acerca del accidente en la planta atómica. Al día siguiente del suceso, la vida en el pequeño pueblo continúo como siempre. Al llegar la noche, un empleado de la empresa de ferrocarriles les avisaba que junten sus pertenencias para salir del pueblo por un lapso de tres días. "La gente cubría a los niños con sábanas porque ya sabían que era peligroso. Por medio de una radio alemana nos enteramos lo que había pasado", señala Lyudmila
La incertidumbre de no saber que era lo que realmente pasaba aumentaba con el paso de los días. Recuerdan que el 1° de Mayo, día del trabajador, la gente salía a celebrar como todos los años pero las secuelas del desastre nuclear se veían en vecinos, familiares y amigos. "Mi hermano era miembro de la marina rusa. El día que sucedió el accidente se lo llevaron como chofer de uno de los camiones que entraban a la central para las labores de limpieza. La radiación era tan fuerte que tenía que cambiar el vehículo cada doce horas", recuerda María Shubra, ingeniera de transporte civil.
El hermano de María tenía 37 años y tres meses después del accidente también tenía el cabello blanco y empezó a enfermarse. Vivía con su esposa y sus dos hijas; su mujer era médica y también ingreso a la central nuclear. El logró sobrevivir dos años más y falleció. María recuerda que cuando le entregaron el cuerpo para sepultarlo, sus huesos casi no existían. "No podíamos colocarle la ropa al cuerpo, parecía un trapo. Cuando tocamos la cabeza, los huesos se hundían. Su esposa murió luego de dos años" relata María Shubra en un español que deja traslucir su lengua natal.
Con el pasó del tiempo se enteraron que el accidente no solo afectó a las poblaciones cercanas a la central, sino a todo el país. Cinco millones de ucranianos huyeron de su país y 15.000 de ellos eligieron a la Argentina como lugar de destino. "No podíamos ir a ningún país, nadie nos quería recibir de manera legal. El único país que no puso restricciones en recibirnos fue este. Estoy muy agradecido con el pueblo argentino, nos trata muy bien" señala Lesia Paliuk presidenta de Oranta, que es la Asociación Civil de Migrantes y Refugiados de Europa Oriental.
En la embajada Argentina en Ucrania las autoridades prometieron lo que no se cumplió. Muchas de las personas que eligieron venir vivir acá cuentan con estudios superiores. Economistas, ingenieros, médicos, profesores de música y otras especialidades son los que se vieron imposibilitados de ejercer su profesión en este país. El tema de las equivalencias por parte de las autoridades locales es lo que les impide acceder a un mejor trabajo. "Yo soy ingeniera hace más de 20 años y en el año 1996 fui a la UBA a ver el tema de equivalencias con mis dos diplomas traducidos oficialmente. En la universidad me dijeron que no servían y que tenía que ir al secundario. Me puse a llorar al regresar a casa", recuerda María Shubra.
Muchos traen a la memoria su primer día en el país. La mayoría de ellos no sabía el idioma. "Recuerdo que llegué a Ezeiza y no podía comunicarme con nadie. Por suerte había un armenio que hablaba ruso y me ayudo a tomar un taxi y así vine a capital", cuenta Lyudmila.
A mediados de los noventa cuando se produjo esta llegada de inmigrantes ucranianos el pasaje costaba mil dólares, en la actualidad un pasaje a Kiev, capital de Ucrania cuesta dos mil dólares. Lejos de añorar el regreso a su tierra, ninguno de ellos quiere regresar a su país. Hasta el día de hoy en Ucrania se convive con la radiación.
Un sarcófago gigante. La central nuclear de Chernobyl tiene cuatro reactores. El estado ruso, que por ese entonces gobernaba esos territorios, informó a la comunidad mundial que el reactor que había originado el accidente había sido cubierto por una estructura de hormigón para contener la radioactividad por un lapso de 30 años, sin embargo este sarcófago, como es llamado, tiene grandes griegas por donde continua saliendo la radiación. "El accidente ocurrió en uno de los reactores y fue el único que lo cubrieron con hormigón, los tres restantes están abiertos. El agua que se utiliza para enfriar los reactores, es la misma que va al río Pripyat y este luego va a un río más grande que al final de su recorrido desemboca en el Mar Negro", señala María Shubra.
Muchos de ellos tienen una pensión de jubilación en su país. Por treinta años de trabajo al estado un trabajador percibe 70 dólares mensuales, siendo esta una de estas una de las sumas más altas.
En los pueblos cercanos a la planta los pobladores tienen una economía de auto supervivencia. Plantan papas, cebollas y crían algunos animales. Todos ellos saben que lo que plantan y lo que crían contienen radiación.
Vladimir Enkov tiene 62 años y es médico. Su esposa, Valentina Krasnowutskaya, tiene 61 años y es profesora de violín; ambos llegaron como todos a través de la embajada de la Argentina en Ucrania. "Luchamos por nuestra vida y solo pedimos atención médica. Nosotros no podemos esperar mucho porque la radiación nos hace más débiles y somos vulnerables a las enfermedades", señala Vladimir.
Según la organización el embajador de Ucrania en la Argentina no atiende los requerimientos de la comunidad en la Argentina. "Hay gente que aún sigue viviendo cerca de la central nuclear. ¿Por qué se vinieron a la Argentina", es la respuesta que reciben de las autoridades de su país.
La mayoría de ellos se dedican a diversas labores no relacionadas a sus estudios superiores. Costureras, personal de limpieza, empleadas del hogar, obreros en fábricas son algunos de los trabajos que realizan en el país. "El trabajo en negro es un tema que también nos afectan" señala Olga Kyrylova, programadora.
"Hay toda una generación perdida. Hay muchos chicos de 12 años, hijos de amigas, que mueren de infartos. Todos los chicos están enfermos y nacen con algún tipo de problema" señala Olga.
"Yo sabía que las plantas nucleares son peligrosas, como todas en cualquier parte del mundo, aún sin accidentes de por medio. A nadie le conviene divulgar los riesgos de las centrales atómicas porque tendrían que cerrar a todas las que existen en el mundo" finaliza María Shubra.
Ellos solo piden que se cumplan los convenios de convalidación de títulos, dos chequeos medios al año y en el mejor de los casos algún terreno donde puedan edificar algunas casas para las personas mayores de su comunidad que al igual que todos ellos, escaparon de lo que es una muerte segura.
"Entre nosotros mismos podríamos hacer los chequeos de salud porque en esta migración vinieron mucho médicos, necesitamos instrumentos. De esta forma se podría generan trabajo y ayudaríamos a muchas personas" finaliza Lesia Paliuk.