Como si fuera ayer guardo en el hipocampo, la parte del cerebro que guarda los recuerdos, el salir corriendo detrás del camión de la Pepsi para ver si a los repartidores se les enternecía el corazón y nos regalaban 5 tapitas contramarcadas y después de una semana de ir a traer las tortillas, hacer tareas y portarse bien, suplicar a papá o mamá que nos llevarán al Rocket Astroliner.

Allá en CC. Monserrat.

Este artefacto surgió a finales de los 70. Después del primer alunizaje el 20 de julio de 1969 se desencadenó una fiebre incontrolable por conquistar el espacio. Los cohetes fueron los principales protagonistas desde Odisea 2001 hasta el Apolo 13, siendo estos medios de transporte objeto de interés de científicos y aficionados desde hace siglos. Los chinos los utilizaron como armas desde el siglo X.​ El científico ruso Konstantín Tsiolkovski teorizó en la década de 1880 sobre cohetes compuestos por varias etapas y propulsados por combustible líquido que podrían llegar al espacio. Pero no fue hasta 1926 cuando el estadounidense Robert Goddard diseñara un cohete de combustible líquido de uso práctico.

Derivado de esto en Denver surge esta novedosa atracción en 1975. Se trataba de un cohete de fibra de vidrio con fuselaje interno de avión, una pantalla al frente, la cual proyectaba una película con duración de 5 minutos simulando el despegue, viaje y aterrizaje hacia el espacio exterior desde la tierra.

Podíamos pasar horas en la cola pero estos efímeros 5 minutos valían la pena.

Veamos la alegría en imágenes.